Miami concert in review

MAX EMANUEL CENCIC ALUMBRÓ LA NOCHE DE WYNWOOD

Sebastian Spreng in el Nuovo Herald

Sucedió otra vez. Uno de esos pequeños milagros musicales que de vez en cuando suceden en Miami sin demasiado aviso y que, dicho sea de paso, deberían suceder mas a menudo. Otra vez gracias al tesón y buenas artes del Dr. Marvin Sackner, devoto patrocinador de la música temprana, una de sus conocidas pasiones. El año pasado trajo a su admirada Vivica Genaux y esta temporada se dio el gusto con otro de sus ídolos, Max Emanuel Cencic, uno de los máximos contratenores de este tiempo y una de las figuras mas notables del movimiento historicista. 

La presentación marcó la culminación del ciclo de conciertos Musimelange que se lleva a cabo en las instalaciones del M Building en pleno barrio de Wynwood, ya en su octava temporada. Un emprendimiento diferente dirigido por la violinista francesa Anne Chicheportiche que en la galería de arte y adjacencias del predio combina veladas de cámara matizados con preludios y postdatas gourmets que incluyen creaciones culinarias artesanales. 

En este marco peculiar y enmarcado por la eficacia del equipo musical estable conformado por su instrumentista creadora más la violinista Claudia Cagnassone, el violista Richard Fleischmann y el contrabajista Juan Pablo Peña a los que se sumó el clavecinista Paul Cienniwa que tuvo a su cargo el intermezzo musical con la Chacona en sol menor de Louis Couperin y Les barricades mysterieuses de su famoso sobrino Francois Couperin “El grande”. 

Mas allá de las competentes lecturas de los dos Couperin y de la Folia, la popular sonata para violín de Arcangelo Corelli, fue la actuación de Cencic el lógico centro de atención de la noche con público  que rebalsó la capacidad del recinto y debió ser ubicado en las galerías mirando al jardín, lo que en instancias provocó excesiva intromisión de ruidos externos, algo a tener en cuenta para la próxima. 

Bastaron cinco grandes arias para confirmar su bien ganada fama. Cencic, prodigio vocal croata que fuera líder de los Niños Cantores de Viena – donde aún reside – posteriormente desarrolló una extraordinaria carrera primero como sopranista y luego como contratenor, la cuerda en la que terminó de consagrarse y que incluye actuaciones en la Opera de Viena, Munich, Berlin, Barcelona, Salzburgo, entre otros sin olvidar teatros barrocos como el de Versailles o el recientemente remozado de Bayreuth (no el del festival wagneriano sino el Margrave donde se filmó Farinelli) que tuvo el honor de reinaugurar en abril del 2018 como protagonista y director de la ópera Siro de Hasse. 

Como eximio integrante del movimiento de período, Cencic investiga y revela obras ignotas, tesoros entre cientos de composiciones a exhumar que revitalizadas emergen lozanas en su voz en la tesitura de mezzosoprano de agilidad. Así lo demostró con las cuatro arias del alemán Johann Adolf Hasse y su maestro – y luego rival – el napolitano Nicola Pórpora, cuyo discípulos fueron los célebres castrati Caffarelli y Farinelli. Música de duelistas, allí donde las cortes de Napoles, Venecia y Roma se trenzaban en competiciones artisticas singurales con Dresde y Viena, caldo de cultivo de talentos, innovaciones y feroces rivalidades entre compositores, maestros de canto y cantantes, a menudo encarnados en un solo artista. 

Cencic abordó dos arias filigranadas del Tito vespasiano del compositor hamburgués para pasar a Porpora con espectaculares Nume che reggi il mare y Quando s’oscura il cielo, abundantes en coloratura, trinos, roulades y en la última un hipnótico sostenuto de elegancia sin vuelta de hoja. Impresiona la capacidad del cantante de infundir colores que reflejan diferentes estados anímicos, asi como de convencer emoción en ornamentos que de otro modo podrían sonar mecánicos. Su liquidez sonora cautivó, Cencic coronó su actuación con Se fiera belva de Rodelinda de Handel, otra vertiginosa demostración de virtuosismo con paleta de mezzosoprano y agudos tan lustrosos como contundentes. No por nada el programa se llamó Farinelli, el espiritu del gran Carlo Broschi pareció posarse brevemente en la cálida noche de Wynwood.

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